Un año se va y llega otro, pero el corazón no deja de latir
Siempre que termina el año de nuestro calendario Gregoriano, nos da la tentación de mirar hacia atrás, de lamentarnos por las cosas que dejamos de hacer y que pudimos haber hecho, y querer regresar para hacerlo mejor. Pero hay que ser realistas y estar conscientes de que ya todo transcurrió, y que es imposible retroceder el tiempo. Por esta y otras razones más, lo mejor es aceptar que llegamos hasta aquí con nuestras luces y sombras, ya que esto nos hace vivir con los pies en la tierra y hace posible, además, que gastemos nuestra energía en preparar el porvenir que nos espera, en vez de seguir lamentando lo que ya se esfumó.
Ahora bien, tenemos que reconocer que vivimos metidos con muchos compromisos: familias, trabajos, estudios, amistades, planes, deseos personales. En fin, nuestro tiempo está dividido en miles de realidades, y cada una de ellas consume nuestra energía, pone en juego nuestros sentimientos, emociones y nuestra capacidad para manejarlo todo. Por eso, cuando no podemos cumplir con todo, aparece el estrés, la frustración y la impotencia humana, porque nuestra conciencia y la misma realidad en la que estamos inmersos, nos recuerda que fuimos incapaces de darle respuesta a las tareas que nos tocó enfrentar.
Sin embargo, es justamente la experiencia, la evaluación de todo lo que nos va sucediendo, lo que hace posible que le demos paso a la reflexión, al análisis del por qué las cosas no salieron como quisimos. Claro está, este es uno de los caminos a elegir, puesto que, otras vías son el pesimismo, o acusar a Dios, al mundo, a la sociedad y a la familia de nuestros tropiezos y fracasos. Cuando en el fondo sabemos, que en la vida, ocurre de todo, incluyendo los errores, los fallos y las equivocaciones. No solo porque somos humanos, sino por ser seres limitados y situados, sujetos al mundo con su propia estructura, la cual nos desafía y nos reta cada día con su misma complejidad.
Un año se va y llega otro, pero el corazón no deja de latir. Hay que volver a ponerse de pie y recomenzar con nuestras fuerzas, con nuestras perspectivas, y asumir el compromiso humano y espiritual, de establecer prioridades, dándole cabida siempre a lo fundamental y próximo a nosotros. Ya que, lo que jamás debemos olvidar es el rol que tenemos, para así ubicarnos en lo que nos toca y centrar nuestra mente y corazón en lo esencial, en lo que realmente necesitamos y nos da felicidad plena.
Por eso es de sabios, al concluir el calendario civil, dar gracias a Dios, no solo por los logros, triunfos y éxitos obtenidos, que son necesarios y oportunos para seguir avanzando, sino también por las situaciones amargas, incómodas, dolorosas y por qué no, por aquellas que son estresantes, porque son, precisamente estas últimas, las que nos purifican, y vivifican el sentido real de lo que somos. Por consiguiente, asumir lo que nos agrada y desagrada, nos hace vivir verdaderamente como hombres y mujeres con valías, merecedores de ser auténticamente seres humanos dispuesto siempre a enfrentar la vida como venga y sin miedo.
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