Vivimos en la época de la prisa, en la sociedad del “acelerador sin freno”, porque desde que sale el sol hasta que se oculta ante nuestras miradas, estamos sumergidos en una gran cantidad de cosas: actividades, compromisos, responsabilidades.
En fin, estamos en la carrera del que tenga la agenda más llena en el día. Parece que la onda, la moda y la tendencia actual es vivir lo más ocupado posible porque nos da más “conocimiento” y “dinero”, y con eso es suficiente para vivir “feliz” y “satisfecho”. En otras palabras, el lema es este: “Mientras más te afanes más felicidad tendrás”.
Ese es precisamente el norte de una sociedad acelerada, una nación y un mundo que, desde su perspectiva humana, creo que el ser humano no puede perder el tiempo, sino aprovecharlo.
Sin embargo, no siempre la mayoría tiene la razón, como dice el psiquiatra español Enrique Rojas. Pues, aunque muchos estén montados en una vida super-activa, no venimos al mundo a diseñar nuestra existencia según los criterios de los demás. Claro está, los otros nos pueden ayudar en la búsqueda de la felicidad, pero no la pueden elegir por nosotros.
Lo que significa que la realización del ser humano no puede depender de la prisa, de lo tan ajetreada que desarrolle su existencia, sino de la prudencia y la calma con la que maneja su cotidianidad.
El filósofo surcoreano de este siglo XXI, Byung-Chul Han, en su libro, “La aroma del Tiempo”, sostiene la siguiente idea, con respecto a una vida acelerada: “Quien intenta vivir con más rapidez, también acabará muriendo más rápido. La experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena”.
Que con otras palabras quiere decir, que debemos aprender a demorarnos, a ser capaces de vivir con ritmo y con aroma el tiempo presente. Porque no es el afán de vida lo que nos hace ser verdaderos seres humanos, sino el instante aprovechado y asimilado en cada momento.
Por eso, hay que demorarse, para que el otro no sea un desconocido y un anónimo en nuestro peregrinar, para sentir el latido de nuestro corazón según marque el tictac del reloj. Pero, sobre todo, hay que demostrarse para encontrarse con uno mismo, ya que en ocasiones podemos encontrar a los demás y perdernos nosotros.
En el libro, “El caballero de la armadura oxidada”, del autor Robert Fisher, hay un ejemplo perfecto para ver el valor de demora, ya que el caballero para lograr desprenderse de su propia armadura que se había adueñado de su vida, tuvo que demorarse dentro de una inmensa oscuridad y derramar muchas lágrimas como un niño.
Fue justamente en su pasividad donde pudo perder su armadura y recuperar su familia.
Jamás olvidemos que mientras estamos adelantando la vida por fuera, siguiendo el ritmo de la masa, vendiendo una imagen adaptada a los tiempos “modernos”, por dentro, poco a poco nos vamos muriendo, porque después que se acaba el show, nos quedamos sin público y solos en el camerino de nuestra habitación.
Entonces, es precisamente ahí cuando nos decimos a nosotros mismo delante del espejo: “es hora de hacer una parada, mientras todos continúan su vida».
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